Pasaba Septiembre y el sol y el calor no se iban.
Había pasado sin que cayera agua, ni siquiera la imprescindible. En muchas zonas de España no habían podido sembrar. Ahora, no sé si suficiente, pero parece que el tiempo se va acomodando a lo previsible. Diciembre ha traído nieves y lluvias y con ellas deberían llegar los bienes.
Desde pequeño me gusta la lluvia. Mi padre nos contagió a los dos hermanos esa pasión que a él le hacía mirar arrobado las gotas de agua cuando caían. A mi me pasa igual; podría pasarme horas viendo llover.
La lluvia lo cubre todo, como la pleamar. Cubre cualquier imperfección. Cualquier fealdad desaparece por un tiempo aunque luego, cuando el calor la seque, la realidad se vuelva a hacer presente.